Ignacio Ondargáin - La tradición hiperbórea


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Ignacio Ondargáin - La tradición hiperbórea


La historia se convirtió en leyenda y la leyenda en mito
Sabemos que este estudio se centra en una cuestión que origina posiciones crispadas y enfrentadas las más de las veces. Si nos-otros también adoptáramos esa actitud, se nos haría imposible hacer algo serio y sincero: nunca llegaríamos a liberarnos de la perversa dinámica con que es enfocado el tema. Tratando de ser fieles al conocimiento, nuestra intención no ha sido pintar la realidad de uno u otro color. Hemos acumulado, ordenado y expuesto datos tratando de hacerlo de una forma clara y esquemática. El misterio deja de ser misterioso cuando llega a conocerse. En fin, este es tan sólo un trabajo que en principio lo hice para mí mismo, para aclararme yo mismo de qué iba todo esto y que ahora, “con la ayuda del hado”, lo pongo a disposición de todos vosotros. Sé que, en el fondo, todo este misterio no consiste más que en “recordar” algo que había quedado como olvidado junto a una fuente... y ese “algo”, o alguien, siempre supo que volveríamos cuando la sed mortal provocada por este mundo inerte de “muertos que entierran a muertos”, se nos hiciera insoportable... Siempre ha sido así y por esto mismo tiene tanta importancia el mito: viaje al centro de la tierra donde, de las entrañas de la Montaña Polar de la Revelación, surge la fuente de agua pura de la vida eterna.

Empezaremos situándonos en los mágicos imperios perdidos del pasado y trataremos de recuperar sus tesoros y sus secretos, en definitiva: resucitar el mito. En aquel remoto pasado olvidado e ignorado por el común de los mortales, hallamos el “primer poder temporal”. Era aquella una tierra habitada por seres superiores que participaban de la divinidad, dioses que mediante su virtud y su poder dominaron la tierra, transformándola y levantando hermosos imperios con realizaciones increíblemente audaces. La belleza interna y externa y la justicia, en tanto que reflejo esta de la claridad de discernimiento, gobernaba el mundo. La salud y la armonía de formas de mente y cuerpo les confería a estos seres superiores nobleza, haciéndoles su vida en este mundo algo digno de ser vivido con alegría y firmeza, en el conocimiento de la verdadera naturaleza de las cosas. Aquello que eran ellos mismos en esencia y en su naturaleza física, era lo que obraban en el mundo, como un reflejo.

Un reino de dioses regido por la belleza, la justicia... un sistema perfecto... o casi perfecto. Pero todo aquel mundo, un día, en una sola noche, desapareció, dejándonos tan sólo ruinas imposibles y leyendas fantásticas... y el manto putrefacto de la muerte extendió su pobredumbre por el mundo ocultando la verdadera luz a los ojos de los hombres mortales: muertos que entierran muertos.

Dice Jean Robin en “Operación Orth” que “el primer poder temporal cuyo espíritu se ha perpetuado secretamente en el tiempo, cuyo “cuerpo” ha permanecido oculto en las cavernas de la tierra, ascenderá en los últimos días para recuperar su poder y maravillar al mundo con su mágica resurrección”. Cuando el mundo divino desaparece de la tierra, viene a convertirse en un “tiempo mítico” que, en palabras de René Alleau, fluye paralelamente al tiempo histórico, pero a un ritmo diferente. A lo largo de los milenios, han habido múltiples ocasiones en las que el tiempo mítico de los dioses ha venido a manifestarse y actuar sobre nuestro plano de la existencia. De hecho, en el fondo, todo lo que aquí contamos trata de la continua reaparición de este poder oculto en la historia de los hombres mortales. Creemos poder afirmar que precisamente esto es el nazismo. Vamos a verlo.


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